El pterosaurio

El pterosaurio que no voló


Con el tamaño de una jirafa y, probablemente, un peso equivalente el pterosaurio gigante pasa por ser con sus diez metros en envergadura alar el ser vivo más grande que jamás ha volado sobre la Tierra. O al menos eso piensan los paleontólogos. Aunque ahora, al parecer, no lo tienen tan claro y puede que ni siquiera volasen.
El Pterosaurus azhdarchidae o pterosaurio gigante pobló buena parte del mundo a finales del Cretácico, y según han estudiado investigadores de la universidad británica de Portsmouth su cuerpo estaba mejor adaptado para desplazarse por el suelo que para volar.
Del Triásico al Cretácico
Desde la década de 1970, cuando empezaron a ser mejor conocidos, se pensaba que todos los pterosaurios -presentes en las eras triásica, jurásica y cretácica, hace entre 230 y 65 millones de años- eran dinosaurios voladores. La investigación publicada por los paleontólogos Mark Witton y Darren Naish en el último número de la revista «PLOS One», sin embargo, argumenta que los «azhdárchidos» o pterosaurios gigantes preferían caminar a volar y su morfología estaba mejor adaptada a la vida en tierra. A esta conclusión han llegado tras analizar anatomía, sus huellas y la distribución de sus fósiles conocidos hasta la fecha, que han sido siempre localizados en sedimentos tierra adentro.
Tanto sus cuellos, demasiado rígidos para volar, como sus patas almohadilladas, o sus mandíbulas largas, débiles y desprovistas de dientes «hubieran supuesto un problema para otro modo de vida que no fuera terrestre», explican los investigadores.
Sus análogos más cercanos en el mundo moderno no serían pues las gaviotas, los albatros o cualquier otra ave marina, sino aves que se alimentan en tierra como los cálaos o las cigüeñas. Sus miembros largos y la forma también alargada de su cráneo, que podía medir más de dos metros, los hacían más aptos que al resto de los pterosaurios para capturar animales o alimentarse en el suelo, les bastaba con bajar sus picos desdentados. Sus extremidades no eran adecuadas para vadear lagos o ríos, ni para nadar si descendían sobre el agua. «Las huellas de sus pisadas corresponden a las de un animal terrestre», concluyen los paleontólogos

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